Me preguntaba por qué nos gusta tanto el morbo, el por qué de esa curiosidad hacia lo desagradable, lo cruel; ese huronear en la pobre vida de los otros. Puede que porque nos fascine la vida privada de los demás, o probablemente, porque nos gusta sólo sí porque sí, no lo sé. A mi juicio es que hay algo de emocional en ello. Un poco porque somos seres impresionables y cobardes, con el deseo de asumir la vida de otros, cualquier otra al margen de la rutina y el hábito propios; luego, hay un mucho por el mero hecho de que somos así por naturaleza, curiosos e impertinentes seres sociales, que nos alegramos o nos decepcionamos con el fracaso o el acierto del semejante. Quizá todo tenga que ver con la autodefensa, o puede que no, y que todo sea autocomplacencia o el mismo gozo.
Como una malsana afición, la simpatía o el desprecio por el clan Panero. No sé si otra familia literaria ha despertado tanto interés para el que escribe, para el que lee. Supongo que la miseria y el descrédito es el mismo sustento para unos y otros. Pero si hay alguien, dentro de esta estirpe, que destaca en menoscabo y jaculatorias son, por este orden, Leopoldo María y José Moises Santiago [Michi] Panero; que desde que tuvieron conocimiento para discernir asumieron ese rol sustancioso y vitaminado, maná de fábula y mito, de pertenencia y supervivencia, de realidad. Dos figuras, mano a mano, estirando como chicle viejo la leyenda.
El cineasta Ricardo Franco junto a Leopoldo María Panero
y Michi Panero. Foto de Ricardo Gutiérrez. Febrero 1995
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Más allá que mis ganas de ganear con las palabras y los pensamientos, que me asaltan mientras desarrollo una ficción para mi recreo y el posible divertimento de otros, me interesaba para Las apariciones apócrifas el «tit for tat» que, por su juego de dardos y flechas, de coñas y contracoñas, mantuvieron en vida el Leopoldo y el Michi; quizá porque entendí que la verdadera hostilidad se daba entre Leopoldo María y Juan Luis, el mayor de los Panero, como se cuenta en la biografía de J.Benito Fernández, El contorno del abismo, donde sostiene el biógrafo que «los dos hermanos mayores se ignoraban ceremoniosamente». En mi irrealidad, por motivos festivos, solo doy cancha como dije, al Michi. El encuentro se produciría en la Aparición XII, que titulo con unos versos de relación y coexistencia, seguro que creados en otro contexto, pero ahora más que significativos para mí, del poema ‘Contra España y otros poemas de no amor’: He aquí las ratas que molestan a las ratas en el inmenso albañal que se llama vida.
—jhe, jhe, jhe...
—¡hostia puta, tú!...
—¿ves, josé moisés?, con la hache intercalada, así es cómo se
ríe... así es cómo funciona esto; así que, arreando y a lo tuyo...; y sí, éste es el bonilla que yo te decía... así que puerta, camino y el litri...
—¡panero, tío!...; en cada aparición te superas...
—¡ese bonilla!, ¿a que sí?... jhe, jhe, jhe...
—¡no jodas que ése era tu bro!..., ¿el michi?...; no me dio tiempo de verlo bien.
—sí colega, que está que lo flipa con “el bonilla”...; que si bonilla p’allí, que si bonilla p’allá...
—¡anda!
—pero ya le he dicho: que al bonilla güay, sólo se le aparece mi menda lerenda...
ríe... así es cómo funciona esto; así que, arreando y a lo tuyo...; y sí, éste es el bonilla que yo te decía... así que puerta, camino y el litri...
—¡panero, tío!...; en cada aparición te superas...
—¡ese bonilla!, ¿a que sí?... jhe, jhe, jhe...
—¡no jodas que ése era tu bro!..., ¿el michi?...; no me dio tiempo de verlo bien.
—sí colega, que está que lo flipa con “el bonilla”...; que si bonilla p’allí, que si bonilla p’allá...
—¡anda!
—pero ya le he dicho: que al bonilla güay, sólo se le aparece mi menda lerenda...
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