Si he conocido alguna vez a alguien que sienta verdadera pasión por la figura, por la vida y obra, de Leopoldo María Panero, ese es mi colega Andrés Ramón Pérez Blanco,“El Kebrantaversos”. De hecho, existen ciertos paralelismos en la poesía de Andrés: Sátelite de inhóspito planeta (Edición de Autor, 2008) y No hay prosa (Groenlandia, 2011), con algunas partes de la obra del de Astorga, sobre todo en su “Satélite de…”. Resulta que la primera vez que tuve ocasión de tomar unas cervezas con mi colega, fue también, la vez primera en la que tuve oportunidad de ver en directo a Leopoldo María Panero. Os lo cuento:
Moría la primavera del año 2007, era una tarde de junio, y había quedado con “El Kebran” para conocernos de una puta vez: físicamente, ya que virtualmente nos conocíamos de unos meses atrás. Habíamos quedado en la Fnac de la Pza. Callao, en Madrid, porque él vivía por entonces en Illescas, Toledo, y tenía pocas ocasiones para desplazarse a Madrid. De manera que, por dos motivos, esta sería una buena ocasión para acercarse a la ciudad.
Ese día se presentaba allí lo que recién “había” publicado Panero; el título “PAPÁ, DAME LA MANO QUE TENGO MIEDO”, un libro de prosa, y “JARDÍN EN VANO”, un poemario escrito a “dos manos” junto con el singular Félix Caballero. Lo presentaban, a un lado y a otro de la mesa, Eugenia Rico y Diego Medrano. El “autor”, que ocupaba el centro de la mesa, de vez en cuando era interpelado; sobretodo, si se necesitaba de una gracieta o un chiste, para desengrasar la mesura que cabía intuir dentro de la seriedad, que se le pre-supone a este tipo de presentaciones. A mí, particularmente, me parecía una puesta en escena agrisalada, entre lo patético y lo triste, mejor dicho: lo muy triste. Pero, parece ser, que normal. Leopoldo en su mundo, en el papel habitual de saberse el centro de todas las miradas. Los acompañantes, en el suyo, que a decir verdad, no distaba mucho de del protagonista; la idea, supongo, era la de seguir la contracorriente del salmón hasta llegar al esperpento oceánico. Lo consiguieron.
Recuerdo también que no fue una presentación muy concurrida. Y lo mejor de todo, es que fue breve. Yo, ya había visto bastante como para comprender de qué iba eso del buenrollismo y el tanto nos queremos en la literatura de este país. Posteriormente, he acudido a infinidad de presentaciones de libros, si bien con autores menos excéntricos, pero no menos conocidos que Leopoldo María Panero y lo cierto es que los mimbres de la pantomima y la jilipollez no difieren mucho a lo sucedido ese día. Incluso, todo hay que decirlo, yo mismo he sido participe en unas cuantas.
Aquella tarde mi colega consiguió uno de sus propósitos, como era “intercambiar” algunas palabras y hacerse unas cuantas fotografías con Leopoldo; y yo, —que preferí ponerme al otro lado de la cámara, más que nada porque soy menos fotogénico que un calcetín amarillo y también porque Andrés me había pedido ese favor, el de fotografiar a ambos—, también creo que saqué algo en claro.
Leopoldo María y El Kebran, de charleta. |
Terminado el paripé, El Kebran y yo, tomamos camino hacia Malasaña, al Bukowski Club; allí cumplimos la segunda parte del trato: nos hinchamos a cervezas, brindamos por el milagro de la amistad y nos reímos un rato por lo acontecido. Así que hoy, era de ley, el iniciar esta bitácora con el recuerdo de aquella tarde, para mí entrañable ya. También quise que fuese de ley, el mostrar mi primera gratitud en el libro de Las apariciones apócrifas de Leopoldo María Panero a El Kebrantaversos, por aquel siete del seis de dos mil siete, el día en el que te conocí, amigo mío; y, en esa misma casualidad, el día en el que experimenté, por primera vez, al Leopoldo María Panero real y frágil; pero también supe del Panero muñeco, títere, marioneta, fantoche, pelele, espantajo, etcétera…
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